INTRODUCCIÓN AL ARTE DIGITAL DE PAU ALSINA
Francisco Javier García Carrillo
La lectura comienza narrando una breve historia de los avances más significativos en el desarrollo de las computadoras en la segunda mitad del siglo XX.
Posteriormente narra cómo a partir de la posibilidad de usar los ordenadores como herramientas para crear imágenes y sonidos, ha llevado a algunos a concebir a las computadoras como arte, e incluso como artistas. Me parece excesiva esta pretensión que responde a una inercia de nuestra sociedad actual caracterizada por cierta veneración a las computadoras.
Cuando habla de cómo John Klima con su proyecto Glassbead “…crea una interfaz de creación musical colaborativa en que hasta veinte usuarios a la vez pueden intercambiar y manipular archivos de samplers (muestras de sonido) y crear tanto escenarios sonoros como secuencias rítmicas” (Alsina) me parece que está hablando más de una especie de “audio juego” del que no dudo surjan sonidos interesantes, pero no me parece que esté hablando de arte. Catalogarlo como arte podría equipararse a un grupo de personas teniendo una fiesta por video chat. Si bien es cierto que esto no deja de ser reunión, como Glassbead no deja de ser una manifestación con pretensiones artísticas; tampoco ninguna consigue ser lo que pretende, es una nueva posibilidad lo virtual, pero esta vacía.
Finalmente los videogames art y el software art, me parece que responden más a una moda guiada por la novedad de las posibilidades de uso de una herramienta. Por otra parte el artivismo y el net art que usan la red “para la producción, publicación, distribución, participación, promoción, diálogo o crítica” (Alsina) de este tipo de obras abanderadas con la idea de que “…la participación, la comunicación y la interacción son elementos centrales para el arte del siglo XX” (Alsina) marcan una distancia tecnológica de acceso al arte para la gran mayoría de la población mundial que no tiene acceso Internet.
Si bien “Se han inventado muchas formas de interacción e inmersión en entornos virtuales y desde el terreno del arte se han hecho propuestas muy interesantes que han cambiado las convenciones establecidas en materia de interacción entre hombres y máquinas” (Alsina) a nada de eso lo denominaría arte. Eso es otra cosa, pues aunque sea un acto de creación estética nunca podría concebir como arte a un tamagochi, mucho menos al conejito fluorescente de Eduardo Kac, mal llamado arte transgénico por el hecho de modificar genéticamente un animal con el fin de conseguir propósitos y finalidades meramente artísticas, pero con resultados muy a mi parecer, totalmente en el terreno de los experimentos al estilo Frankenstein.
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